Alcides de Alcmena - CUENTO


Por Sergio Gama*

Don Alcides iba a Chigüe una semana al mes y se hospedaba en el hotel Alcmena, que alguna vez fue de su familia. Llegaba el domingo en la tarde y se devolvía a Bogotá el domingo siguiente en la mañana, con una resaca muy grande. Él iba y venía por el único camino que llevaba al pueblo, un camino muy empinado y sin pavimentar. Apenas llegaba, dejaba sus cosas en el Alcmena y salía a la tienda de al lado. Apenas estaba por llegar, los de la tienda alistaban una canasta de cervezas vacías en la entrada, donde Don Alcides siempre se sentaba. Apenas empezaba el domingo, las personas del Alcmena, de la tienda y sus amigos alistaban la chicha y la comida para las tardes y las noches de esa semana.
Durante los primeros años se sentaba y hablaba de lo que había en Bogotá o de lo que había conocido en sus viajes a la costa o en sus trabajos por todo el país. Luego, desde que encontró ese libro al que le faltaban la portada y el comienzo, se sentaba y cada tarde les leía un capítulo, para después hablar de lo leído e imaginar aquellas páginas que hacían falta. Las personas no se ponen de acuerdo sobre lo que hacía durante la mañana, cuando no leía ni estaba sentado en la canasta.
Algunos dicen que le gustaba caminar por los cultivos y ver las plantas; otros, que hacía reuniones clandestinas con los de su partido que vivían en el pueblo y en las veredas cercanas; y otros, que tenía una mujer e hijos de los que ni su esposa ni su familia en Bogotá tenían conocimiento.
El libro contaba historias de gigantes, de enanos, de demonios, de un señor llamado Carlo Magno y de Europa. Por una razón que nadie se logra explicar, siempre alguien hablaba de los dinosaurios, de cómo nos parecemos a los monos o de las mentiras de los curas con eso de que Dios creó al hombre en siete días y luego descansó. Muchos reían, tomaban chicha, escuchaban la lectura, comían y hablaban; los que sabían leer, leían una página. Hubo quienes aprendieron a leer con ese libro; y casi todos les pusieron a sus hijos por nombre los de personajes o lugares del libro, incluso palabras que no conocían, como ‘antiparras’.
Todos hicieron que sus niños se aprendieran de memoria alguna oración en que aparecía su nombre, aunque dijera algo tan banal como ‘…y en medio de la tarde las antiparras del chofer se llenaron de…’. Y hubo algunos que terminaron por saludarse recitando de memoria aquella frase en particular, como si esa frase fuese ellos mismos.
Cuando Don Alcides dejó de ir, porque su partido había perdido el control de la región y los del otro lo buscaban para matarlo, les dio el libro, y la gente tomó las páginas y se las repartieron. Cada uno tomó una página en que apareciera su nombre y la enmarcó en su casa, como si fuera su retrato.
Meses después, pintaron en la fachada de su casa, con su mano y letra, lo que decía la página; algunos no sabían escribir, pero conocían tan bien las palabras que, sin saber lo que decían, podían reproducirlas con una ortografía envidiable. Al final, en las fachadas se podía leer la historia, el libro completo, salvo la portada y las tres primeras páginas. Era ese libro que leía Don Alcides el que recibía a todo el que llegaba a una casa del pueblo.
Desde hace algunos años la gente dice que Don Alcides regresó a Chigüe, décadas después de su muerte. Pero sin tener cultivos para recorrer, ni partidarios para organizar ni familiares para abrazar, se la pasa leyendo las fachadas de las casas durante las últimas horas de la noche de los domingos. También dicen que finalmente encontró las páginas que hacían falta y a veces lo ven sentado afuera de la tienda o recorriendo el Alcmena, esperando a que lleguen a escucharlo y él pueda contarles lo que ellas decían.


*Sergio Gama.Filósofo de la Universidad de Los Andes. Cursó la Maestría en Literatura de la Universidad de Los Andes y la Especialización en Escritura Narrativa de la Universidad Central. Editor y Subdirector de la Fundación Fahrenheit 451. 1er Premio en el Concurso Mundial de Cuento y Poesía Pacifista 2009. Finalista del Concurso Internacional de Microtextos "Garzón Céspedes" (2008) y Mención de Honor del Concurso de Microrrelato Esperando a Godot (2008). Desde 2009 dicta talleres de creación narrativa. El anterior cuento pertenece a su libro: Enciclopedia no ilustrada de viajes y viajeros, recientemente publicado.