En el réquiem de los ciruelos - Enrique Rodríguez Pérez


Prólogo - Fragmento

Por Doribal Enríquez (Poeta Cubano)

Como estar, junto a César Vallejo, en casa del amigo donde se visten tristes los utensilios de comer, retumban estos versos. Ya falta todo: el padre, la madre, la mesa familiar, y el poeta se propone lidiar con una nueva vida: la de las ausencias.
En el réquiem de los ciruelos es un libro no solo de nostalgias. Nos evoca al español Jorge Manrique, en sus coplas al padre, o los dramáticos textos de la cubana decimonónica Luisa Pérez de Zambrana.
Pero la poesía, como siempre, supera su propio tiempo, su hechura.
Aquí la elegía no es una reserva de voces y gestos perdidos en la memoria que el poeta no se resiste a perder. Al pasado se suma el presente del escritor. Inevitable. No puede deslindar su vida sobre la tierra con lo que la tierra le devuelve como memoria.
Pues yacía en el fragmento de los fósiles, en el mismo inicio del libro, anuncia una noticia que se “fragmenta” en el devenir. Como un árbol de venas secas, lo centra. Hace del ayer una mirada no arcaica, sino vigente, en el bosque que son el hombre y la mujer, donde los árboles menos fuertes, longevos, dan lugar a otra perennidad. Las “venas secas” se truecan en sangre en los arbustos herederos.
Los poemas se convierten en una visión panorámica de ese bosque. Y desde sus propias ramas, tal vez igualmente “secas” como patrimonio familiar, los convierten en testigo y cómplice. Al árbol que muere, el escritor le retoña, por necesidad intrínseca, su propias ramas nuevas. De ahí las constantes recurrencias: En la mesa, madre doraba el último rasgo / De pan a tres miradas. (Regresamos y vemos a Vallejo, con un cuchillo ajeno, que le dolía en todo el paladar).
En tanto, el poeta, en otro presente, acude a recursos nuevos y efectivos. Necesidad de su propio estar sobre la tierra, ahora y aquí mismo. Sea en su Colombia amada, en Tours, o en las patrias donde los poetas sufren y revitalizan su ser desde el pasado, en una herencia de palabras que no puede, ni quiere, obviar las más necesarias y vitales.

Se escribe por necesidad. Es lo primario. Mas, el autor, partiendo de esa premisa y convirtiendo a las palabras en señuelo, antes, y luego pesca tomada, alcanza en las “profundidades” de la piel las palabras que nos muestran su acopio, su bienestar, allá donde las aguas son más oscuras, donde parece que no hallaremos luz, y enciende su propia llama, aun entre las aguas, y llega a la superficie con una nueva claridad. Solo el poeta es capaz de entrever aun en los más oscurecidos espacios.