La poesía en tiempos aciagos


Por Mauricio Contreras Hernández


Reproducimos el siguiente texto de Mauricio Contreras Hernández, perteneciente al libro Ensayistas bogotanos, que incluye a los siguientes autores: Juan Gustavo Cobo Borda, Mauricio Botero Montoya, Santiago Mutis Durán, Gabriel Arturo Castro, Federico Díaz-Granados, Oscar Torres Duque, Mauricio  Contreras  Hernández, Santiago Espinosa, Omar Martínez Ortiz y Gonzalo Márquez Cristo. El prólogo fue escritor por: José Chalarca.

Una de las constantes que ha acompañado a la poesía en su larga travesía histórica, y que quizás forma parte de su esencia, es la pregunta por su función en la sociedad, por su «utilidad». Pregunta que, unas veces, le es formulada desde fuera y que en ocasiones surge de su propio quehacer.
Ya en Grecia fue asaz sospechosa para el logosinstaurador de la República ideal. Sin embargo, fue ese mismo logos el que auscultó las inasibles relaciones entre poiesis y ethos.
Luego, es Hölderlin quien de nuevo invoca este ¿para qué? de la poesía en tiempos aciagos, otorgándole al poeta la función de heraldo de la nueva divinidad, de portador de la antorcha que ha de iluminar una nueva ceremonia sagrada: la poesía como celebración del pan y del vino, comunión que ha de restablecer los vínculos entre el hombre abandonado en el mundo y sus dioses.
De esta chispa surge como un nuevo fuego la pregunta –quizás grito– romántica. Indagación en esa oscuridad esencial del espíritu, en esas regiones no accesibles a la razón que se revela como luz demasiado débil en la búsqueda del absoluto. Para el programa romántico es evidente la necesidad de borrar los límites entre poesía y vida. Se trata de hacer más sociable a la poesía y de hacer más poética a la vida y a la sociedad. También se le pide a la poesía que establezca un diálogo con su presente, con su tiempo más cercano. Schlegel nos dice que:
Pertenece también a la esencia de la poesía estallar en sagrada cólera y manifestar toda su fuerza en la materia que le es más ajena: el vulgar presente.
 Así, la poesía asumida como fuerza posible de crear realidad y como voz emancipatoria hace presencia en nuestro paisaje americano necesitado de historia, de ser creado por el lenguaje. Mas aquí no es elaborada como pregunta. Aquí ejerce funciones fundacionales, constitutivas y celebratorias. Ella provee y contiene, al mismo tiempo, lo que nombra: los mitos, los héroes y la realidad que pretende crear.
Pero vuelta sobre sí misma ejerce la seducción del deslumbramiento y se convierte en mero reflejo, juego de artificio que pretende exaltar lo propio desde lo ajeno. Sin pausa entre el júbilo de la victoria y el sufrimiento de las derrotas. Sin una elaboración de su presente histórico se convierte en retórica: constituciones, himnos, gramáticas. En América el gesto se robó al acto, sentencia lúcidamente Lugones.
Decorados y parafernalias donde lo escrito se privilegia a sí mismo escamoteando lo que pretende nombrar. Sin tiempo para examinar el afán de decir lo nuevo. Hemos entrado en el vértigo global sin definir nuestro propio ritmo, nuestro propio tiempo. Tiempo para conjugar el tiempo desde nuestras manifestaciones históricas y culturales. Tiempo para que la catástrofe se transforme en conocimiento y la experiencia en destino, nos advierte Carlos Fuentes.
Tiempo para elaborar la pregunta por los inasibles nexos entre poiesis y ethos.
Y de nuevo resuena la pregunta. De nuevo la poesía asaz sospechosa para el filósofo que ahora clama por el ¿para qué? de la poesía después de Auschwitz. Una vez más la poesía impugnada por la catástrofe, por la insensatez de un logos que no encuentra respuestas en su ejercicio autoritario. La poesía, argumentada como inutilidad esencial, debe ahora dar respuestas sobre la utilidad de esa inutilidad. ¿Paradoja de su propia esencia?
Sólo que ahora musita un balbuceo, un cambio de aliento. De nuevo la poesía como necesidad de redención para una comunidad sin comunión. La necesidad de dar voz a esa anónima alma colectiva, de ser voz de las víctimas de la atrocidad, de reunir un lenguaje disperso.
Cómo no escuchar a Paul Celan desde lo no-dicho que permanece en lo dicho:
Accesible, próxima y no perdida permaneció, en medio de todas las pérdidas, sólo una cosa: la poesía.
Sí, la poesía no se perdió a pesar de todo. Pero tuvo que pasar entonces a través de la propia falta de respuestas, a través de un terrible enmudecimiento, pasar a través de las múltiples tinieblas del discurso mortífero. Pasó a través y no tuvo palabras para lo sucedido. Pasó a través y pudo volver a la luz del día, –enriquecida– por todo ello (...)
Y luego vendría la ideología, no con preguntas sino con exigencias de adhesión y vocería. Fidelidad al nuevo catecismo de la realidad social como única posibilidad para hombres y mujeres. Exaltación de la dictadura de la historia. Toda evasión será una traición y como tal será castigada. De nuevo la expulsión de la República.
Sin embargo hay quien vigila atento y nos conforta desde las estepas del destierro, es Joseph Brodsky vislumbrando que: (...) toda tendencia reductora proviene del mismo temor al infinito, y, al ceder ante el deseo del infinito, la poesía vence con frecuencia los credos.
Ahora bien, en nuestra condición actual de país que origina y sufre el drama del éxodo permanente de millones de personas, ocasionando con ello una gran fractura en los incipientes intentos por elaborar una tradición, por construir una nación, ¿cómo renovar esos vínculos entre poiesisy ethos.
¿Cómo te llamas? ¿Quiénes son nuestros padres? ¿Quién habla por nosotros? ¿Hacia dónde vagamos? ¿Cuáles son nuestras palabras? ¿Dónde están nuestras manos? Preguntas y perplejidades, pero «el poeta se encuentra ligado, a pesar de él, al acontecer histórico. Y nada le es extraño en el drama de su tiempo» (Saint-John Perse).
Esa voz de millones de hombres, niñas, mujeres y niños que ayer, hoy y siempre están partiendo, dejando abandonado su terruño, su mata de ñame, su puño de arroz, rompiendo sus más esenciales vínculos de pertenencia; esa voz ahogada, anónima, esos rostros inexistentes de tanto verlos, de tanto solazarnos en su tragedia. Personas sin más nombre que el indigno vocablo que los señala como portadores de la peste: desplazados.
Nombre anónimo que recorre nuestra historia, historia de errancia, de coloniaje, de extrañamiento. Sin voz ni memoria.
En esta búsqueda escuchamos a quienes se han preguntado por lo mismo. La literatura, nos dice Calvino, es necesaria a la política cuando da voz a lo que carece de ella, o da nombre a lo que aún es anónimo.
También Juan Goytisolo nos advierte que es deber de los escritores recordar lo suprimido por esa institución del estado llamada amnesia, impedir el memoricidio.
Quizás si intentamos dar voz a ese silencio que murmura incesante, a esos pasos sin rastro que transcurren inadvertidos. Quizás si intentamos restaurar el nombre individual de esa «multitud errante», si escribimos para restablecer el diálogo con nuestro propio tiempo, para crear realidad y tradición. Quizás si inauguramos el tiempo para que nuestra catástrofe se transforme en destino de búsqueda colectiva; podamos decir que estamos restituyendo los vínculos entre poiesis y ethos.
Sólo así podremos decir con José Martí:

La poesía es durable cuando es obra de todos. Tan autores son de ella los que la comprenden como los que la hacen. Para sacudir todos los corazones con las vibraciones del propio corazón es preciso tener los gérmenes e inspiración de la humanidad. Para andar entre las multitudes de cuyos sufrimientos y alegrías quiere hacerse intérprete el poeta, ha de oír todos los suspiros, presenciar todas las agonías, sentir todos los goces e inspirarse en las pasiones comunes a todos.