Sobre la última novela de Álvarez Gardeazábal


Mucho de Nada

Por José Chalarca*

Una misa que se termina sin haberla celebrado, eso es la última novela de Gustavo Álvarez Gardeazábal. El libro se inicia con una serie de cuadros con los que el autor pretende delinear los personajes de su narración que no piensan, que no hablan y solo se mueven como marionetas, duchos en una gimnasia amatoria de la que se valen para alcanzar un propósito: escalar posiciones en la jerarquía sacerdotal de la Iglesia Católica.
Álvarez Gardeazábal se precia de ser una voz crítica de la realidad social y política y en esa dirección tiene una novela digna que antecedió a la guerrilla de hoy, pero en La misa ha terminado parece arremeter contra la Iglesia Católica nacional y mundial.
Si de verdad es ese el propósito asombra el simplismo de sus planteamientos. No cree en la vida después de la muerte porque “aún no conoce a nadie que haya vuelto del más allá para decirle cómo es el panorama” y luego porque la Iglesia no es ese muestrario de curas homosexuales y los problemas más críticos que afronta no se reducen a los juegos de alcoba.
Para realizar un examen crítico certero se requiere, primero, de un conocimiento profundo en el estudio de las religiones y de filosofía de la historia, además de cimentación firme en antropología y sociología, de lo que no da muestras siquiera de barruntar el autor.
No existe en La misa ha terminado un personaje central que tenga la fuerza y la definición para aglutinar las acciones de los secundarios y llevarlos a plantear en términos inteligibles el pensamiento del autor para sostener su relato. No tiene cuerpo, no tiene sustancia: a trechos es fábula, a trechos es código de infracciones dentro de la conducta sexual, a veces es caricatura, pero al fin no es nada de esto por no estar edificada en una realidad concreta.
No hay amor, solo una relación extenuante de encuentros sexuales narrados con un desvergonzado lenguaje de lumpen. No hay poesía ni literatura porque no se percibe ni un lampo de belleza y todo está dicho con la más ordinaria chabacanería.
“La novela debe ser al mismo tiempo narración épica, himno y lírica, reflexión ensayística y se vive en la existencia de los personajes”, ha escrito Claudio Magris en un pequeño ensayo sobre Hermann Broch (Claudio Magris Utopía y desencanto, Anagrama 2004), tópicos que brillan por su ausencia en la novela de Álvarez Gardeazábal.
Toda la narración se desenvuelve en un clima de atosigante monotonía, los personajes que trata de crear se desdibujan en dos rasgos de su anatomía: feos y chiquitos y se pierden entre una multitud de entes con su misma inclinación homoerótica que están ahí solo para tener el tipo de sexo para el que parecen estar predeterminados desde al vientre de sus respectivas progenitoras.
El autor quiere hacernos creer que todos los cargos de la jerarquía eclesial desde la más apartada y pobre de Tuluá, hasta la más encumbrada posición de la curia vaticana se obtienen, no por méritos en el desempeño de las labores pastorales y logros en el manejo y atención de los fieles, sino a las habilidades y acrobacias amatorias de los que buscan ascender con quienes otorgan el ascenso.
Así logra uno de los personajes protagónicos que el Papa lo nombre, primero, obispo y luego le dé el capelo cardenalicio; que merced a intrigas de cama consigue traer al Pontífice –con papamóvil y todo–, hasta Tuluá y Buga con el único objeto de mostrar que el aplauso que le dieron a él, obispo de Tuluá fue más estruendoso, nutrido y prolongado que el que la feligresía tulueña le brindó al Sumo Pontífice.
También hay en La misa ha terminado equivocaciones monumentales como el sugerir que todos los que ingresan a un seminario son homosexuales y que ese retiro les garantiza un sexo fácil entre condiscípulos, ignorando por completo la actitud vocacional que entraña las más duras privaciones como la falta de libertad de desplazamiento, la obediencia, la más rigurosa abstinencia a una edad en que se registra la mayor potenciación del deseo sexual y otro cúmulo de privaciones que sería largo enumerar.
Definitivamente esta novela de Álvarez Gardeazábal no encuadra dentro de los parámetros que definen el género. Si su voluntad de escritor era generar un escándalo, también falló y sus ínfulas se deshacen en una simple alharaca. Si su intención era debilitar la estructura de la Iglesia Católica se fue por donde no era para concluir diciendo sin ningún argumento lo suficientemente sólido que la Iglesia debería aprobar la homosexualidad y abolir el celibato, que según su entender puede ser la causa fundamental de la pedofilia que afecta a algunos clérigos.
Tampoco aporta nada al estudio y comprensión de las conductas homoeróticas sin discriminaciones ni cuestionamientos y en ningún momento puede considerarse como una obra maestra de la literatura colombiana.


*Narrador y ensayista colombiano