La Morada Fugitiva de Gonzalo Márquez Cristo




Acaba de aparecer el cuarto poemario de nuestro director de Con-fabulación, editado por la Colección Los Conjurados e ilustrado exclusivamente por el maestro Armando Villegas. El comentario de la contraportada, de autoría del poeta y ensayista venezolano Armando Rojas Guardia, es publicado a continuación, acompañado de algunos textos de La morada fugitiva, para quienes siguen esta poesía reflexiva colmada de imágenes.

EN LA INTEMPERIE DEL POEMA

Por Armando Rojas Guardia

“Amanece:
Las palabras se vuelven transparentes
Al salir veo cómo se abre el silencio.
Hay un idioma que sólo hablan
Quienes acaban de nacer”.

Decididamente enamora el luminoso castellano en el que está escrito La morada fugitiva. Su dicción es perfecta y su fraseo, majestuoso. Sus versos, trabajados como con pinzas de oro, son a menudo lapidarios y quedan por largo tiempo gravitando en la memoria del lector. El desarrollo, contundentemente armónico de la versificación, es en todo momento litúrgico, porque va sumergiéndonos en una atmósfera litánica de gravedad religiosa, a la manera de un salmo laico, de un conjuro o de un ensalmo.
La irreprochable belleza de este poemario en su aspecto formal no hace sino sacramentalizar la hermosura de su contenido. Se trata de una meditación lírica en torno a una apuesta existencial por la ontológica intemperie que significa escribir poesía. Para el poeta ésta supone e implica abandonar la seguridad de las certezas y caminar sobre la cuerda floja de un asumido desamparo: sólo cuenta esa indefensión consentida. Pero, como el acróbata circense, Gonzalo Márquez Cristo, al dar el salto mortal sobre la cuerda que pende en el vacío, huérfano voluntariamente de todo asidero, obtiene para él y para nosotros la recompensa de su propia danza exenta, el efímero y maravilloso movimiento que lleva a cabo su destreza. Los lectores celebramos emocionados el baile aéreo de esta poesía, tan íntima como solemne, tan limpia como entrañable.
Aquí tres poemas de La morada fugitiva de Gonzalo Márquez Cristo.


Llueve en el poema

La cicatriz del horizonte invade mis ojos:
La sombra ha sido proferida
Aprecio la querella entre el verdor y la muerte.

En esta ciudad han condenado fuego y tierra,
Sólo agua y viento: amigos transparentes,
Me acompañan

La jerarquía de lo invisible.




Ars mutandi

Amanece:
Las palabras se vuelven transparentes
Al salir veo cómo se abre el silencio.

Hay un idioma que sólo hablan
Quienes acaban de nacer.

Ya comienza el destierro del día.

El rocío me visita
Y la montaña renuncia a sus límites.

Mis manos son raíces nómadas.

¿Soy yo? ¿O es el cuerpo lo real?

El aroma despliega su crimen...

          La rosa terminará por abolir sus espinas
          Pero será mayor su peligro.

El camino ha sido mutilado...
¿Desde cuándo leo el libro del fuego?

Ahora que el tiempo me persigue
Conozco el lugar donde la muerte reverdece

Y es allí donde comienza mi voz.



La edad del grito

¿Quién sobrevive a su infancia?

Creí en la memoria
Hasta que fui ultrajado por la vigilia.
Tiempo, alfarero de grietas.

Vine para hablar en medio de la tempestad,
Llegué con mi herencia de sombras
Indeciso entre el poema y el grito
Entre el fuego y el azul...

Hoy vivo el exilio del pasado
Y el infortunio del amanecer.

Toda escritura
Es obra de muertos.