Poetas venezolanos contemporáneos


Palabras en homenaje a la antología Poetas venezolanos contemporáneos publicado por la Colección Los Conjurados.

Oficio de inventar destinos

Por Adalber Salas Hernández

Uno de los placeres más sencillos de este mundo, al alcance de cualquiera, consiste en sentarse frente a una calle concurrida para ver pasar a la gente. Situado a una distancia discreta, arropado en su anonimato, el observador puede ser testigo del tránsito de varias decenas de personas, o incluso cientos –dependiendo de la calle que escoja. Los rasgos y gestos de los demás se vuelven súbitamente su patrimonio secreto. Amasa esta riqueza impalpable con avaricia y un toque de desesperación, pues sabe que el valor de esas caras y cuerpos que mira es directamente proporcional a su fugacidad. El observador es quien ha encontrado el tesoro oculto de la desaparición.
Creo que hay algo muy básico en el placer que nos proporciona el mirar a otros. Y es que, al hacerlo, cedemos a uno de los impulsos fundamentales de lo humano: narrar. El ser humano es un animal que se cuenta historias. Cuando vemos pasar a los demás, esbozamos para cada uno un relato, aunque sea breve, que los justifique y sostenga. A veces es sólo una prenda que visten, un objeto que llevan, una palabra que les alcanzamos a escuchar: un detalle basta para desatar el cordel de la narrativa.
Elaborar –y leer– una antología de poesía tiene mucho de esto. Cada poema está allí, íngrimo, y apenas podemos inferir su tránsito, intuir alguna que otra cosa con respecto a la posición que ocupa en la poética de su autor. Esto sucede tanto en las antologías que conjugan a varios autores como la que se dedica a la obra de uno solo; quizás la diferencia estriba en que a aquellos podemos observarlos por menos tiempo, mientras que el paso de éste es más lento. En todo caso, siempre nos encontramos en el lugar del observador que ve cómo los textos se escapan de la vista, se escurren por la calle, desaparecen. Y lo único que nos queda es imaginarles un destino. Pero claro, esto es lo que hacemos con cada texto al interpretarlo. Así podríamos definir la labor del lector: es el oficio de inventar destinos.


El entramado de la tradición
Antología de Poetas venezolanos

Por Alejandro Sebastiani Verlezza

Reunir en un solo libro a un grupo de poetas es un gesto que supera el ejercicio del gusto y la querencia. Es, digamos, un acto de equilibrismo: ese gusto –siempre fruitivo, caprichoso– debe vérselas en juego. En muchos casos tiene que dar un paso atrás para ver mejor –y descubrir– nuevas regiones donde solo veía borroso. Estos rasgos pueden acentuarse más aún en el caso de la poesía venezolana contemporánea, sobre todo en sus últimas generaciones, cuyos mapas parecen más abundantes e inestables ––esto por varios factores relacionados con el oficio editorial y la lenta –casi invisible, salgo regias excepciones– circulación de la poesía en la vida nacional. Pero este grupo de voces reunidas en Tramas cruzadas, destinos comunes tienen tiempo inmersas en su propio trajinar y una trayectoria de probada valía. Pero al mismo tiempo, aquí nos encontramos con las usuales paradojas. No son tan visibles en nuestro panorama. Algunas han optado por un laborioso silencio, otras se resuelven en aparecer esporádicamente para luego replegarse, por no hablar de las que hablan fuera del país; muchas de ellas, también, han quedado en los bordes de las políticas de publicación del estado venezolano. Están, claro, las que han tenido más suerte, en términos de difusión, pero sus caminos por los anaqueles y las manos suele ser demorado. En todo caso, podría continuar escurriéndome por múltiples rendijas y subclasificaciones, que componen un fenómeno complejísimo, sin abordar lo puntual: este libro ofrece al lector un grupo de poetas que muy difícil podrá ver juntos.

La diversidad es su punto de confluencia ––en los tonos, el los ritmos, en la modulación de sus inquietudes. Adalber Salas y yo quisimos construir un volumen polifónico, coral y plural, con muchas líneas de entrada y puntos de fuga. De esta manera vamos marcando –o remarcando– las zonas de nuestra tradición que hemos descubierto en los últimos años. Es un ejercicio cartográfico, espeleológico, quizá una manera heterodoxa de asumir la investigación –con las herramientas y el ánimo del explorador y su disposición para el descubrimiento. Pero este gesto no estaría completo sin agregar que está movido por múltiples direcciones: nos hemos propuesto leer el presente de nuestra poesía, así como nuestro pasado más inmediato; leerlo es recorrerlo, repasarlo, revisarlo y ofrecer una lectura que pueda dar una dirección a los lectores –locales y vecinos. Por eso, paralelamente a Tramas cruzadas, destinos comunes, nos hemos propuesto elaborar otras compilaciones donde tendrán lugar nuestros contemporáneos. La hemos llamado Tránsitos. Entonces, entre estas metáforas del movimiento, en un trabajo que se prolonga aun en sus silencios, vamos agregando nuevas zonas al muy estimulante y rico mapa de nuestra poesía. Lentamente, nos iremos acercando a nuestras voces más fundacionales para ir ampliando cada vez más nuestra ofrenda. Porque de eso se trata: extender y expandir ese mismo capricho del gusto que a fuerza de paciencia y estudio hemos ido convirtiendo en disciplina celebratoria; sin perder la perspectiva del presente, nos hemos propuesto retroceder cada vez más en las corrientes de nuestra laberíntica tradición, con muchos puntos ciegos, aún por explorar, hasta llegar quién sabe a dónde ––quizá, alguna vez, nos topemos con un muro inmenso y demos con la fuente secreta e inagotable del mito: ¿cómo saberlo?