Por la Resistencia Espiritual


Antología Poética

Hernando Guerra Tovar

Las palabras no siendo más que la espera y el saber
Ives Bonnefoy

El magnicidio del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948, en quien las masas cifran sus esperanzas de vindicación social, hecho que recrudece la violencia partidista; el pacto de la oligarquía en la repartición del poder a través de los tradicionales partidos liberal y conservador durante 16 años (1958-1974), bajo el argumento de resolver la violencia desatada, denominado Frente Nacional, en 1956; la intensificación del terrorismo del narcotráfico a comienzos de los ochenta; la violencia guerrillera, su terrorismo y secuelas en campo y ciudades; el terrorismo de Estado en todas sus expresiones, incluida la paramilitar, al punto de desaparecer un partido de izquierda y el asesinato selectivo de dirigentes sociales; la corrupción institucional que no da tregua y que resulta más onerosa que la misma guerra; las chuzadas, los falsos positivos, incrementados en los ocho años de régimen del Oscuro; la violación sistemática de los derechos humanos; la criminalidad común derivada de la ausencia de políticas sociales, de la miseria de la mayoría de la población, del desplazamiento y desaparición forzadas que dejan por el territorio nacional millares de viudas y de huérfanos engrosando los cinturones de miseria en las principales ciudades; enmarcan la aparición de nuevas voces en la poética colombiana, como los autores aquí presentados, quienes nacen, crecen y escriben en el contexto de una violencia sin par en Latinoamérica.
Sus primeras publicaciones aparecen a finales de los setenta, y no obstante el sombrío panorama de la guerra y sus consecuencias de todo tiempo y orden, son portadores de una obra limpia, decantada, hecha de trozos de sueño ganados a una realidad que asoma cada día su rostro cruento en el espejo, pero alejada de la palabra altanera y contestataria. En su lugar, encontramos en los autores reseñados un alto valor estético, una palabra que si bien se aparta de la épica belicista, comporta en cambio un tono de angustia metafísica, de remembranza existencial, de nostalgia por la tierra. Acaso el sueño perdido en la parcela de la infancia.
No quiere decir lo anterior que los autores reseñados ignoren el contexto de guerra que les ha correspondido, que no hagan lectura del entorno de confrontación, de la patria boba en que les toca respirar y escribir, ni que sean indiferentes al caos reinante, a la horrible noche que no cesa. Significa sí que los autores seleccionados (nacidos entre 1949 y 1990) han escogido la misión verdadera del poeta, la trascendencia, la transformación mediante la palabra de una realidad abrupta, el reto de superar la debacle de una nación que vista de otra manera, percibida de forma amorosa, constituye un país próspero, de gente trabajadora; una nación alegre, honrada, siempre dispuesta a dar y a recibir otras opciones, otros tratamientos. Esta es precisamente la razón de la capacidad de convocatoria de los recitales y conferencias que ofrece la casa de Poesía Silva de Bogotá, que fundara la poeta María Mercedes Carranza en 1986; el éxito del Festival Internacional de Poesía de Medellín, realizado cada año por la Fundación Prometeo que dirigen los poetas Fernando Rendón y Gabriel Jaime Franco, merecedor del premio nobel alternativo de la paz, en reconocimiento al coraje y a la esperanza en tiempos de desesperación, del Festival Internacional de Poesía de Bogotá, que congrega alrededor de la poesía, y de un sinnúmero de Revistas, Encuentros y Recitales, que proponen altas dosis de palabra poética a la población como antídoto contra la violencia.
Son poetas del silencio, del sueño, de la brevedad, de la infancia, de la liturgia de la tierra. Éstas virtudes acaso les hayan sido dadas, además de sus personales lecturas y experiencias, por la cercanía de Aurelio Arturo (1906-1974), poeta emblemático del siglo XX, quien publicara su única y definitiva obra Morada al sur en 1963, constituyéndose en referente obligado de la discreción, de la paciencia y perseverancia en el solitario ejercicio del poema, del amor a la tierra, a la diversidad -los países de Colombia- , a la evocación de un paisaje pleno de raíces, a la raza, a la pulcritud del verbo. Tal vez este humanismo, esta resistencia espiritual les llegue así mismo a través de la obra de poetas como Luis Vidales (1900-1990), el único vanguardista de Colombia, por su libro Suenan Timbres; Matilde Espinosa (1911-2008), poeta esencial que deja una obra plena de lirismo y de sentimiento social; Emilia Ayarza (1919-1966), una voz decantada, que revela en su palabra un misticismo acogedor, de exilio y milagro; Fernando Charry Lara (1920-2004), acaso el más cercano depositario del legado de Arturo, (en sus primeros poemas), tanto en el verso sugerente como en la brevedad de su obra; Héctor Rojas Erazo (1921-2002), poeta esencial que logró desarrollar una especial armonía entre la narrativa, la poética y la plástica, con destacado acierto en cada disciplina; Maruja Vieira (1922), Poeta lírica de la brevedad que en lenguaje sencillo construye una obra colmada de amor y desamor, de la infancia, de los encuentros y desencuentros del silencio; Jorge Gaitán Durán (1925-1962), baluarte de la literatura colombiana. En poesía alcanzó un alto nivel lírico con interesante tono erótico; Rogelio Echavarría (1926), poeta de un solo libro, El transeúnte, en donde la brevedad, la contención toman sentido urbano y exploran este universo con especial acierto; Eduardo Cote Lamus (1928-1964), el poeta de Estoraques, obra plena de lirismo, en donde el paisaje es un pre-texto para afianzar una estética que le fuera esquiva en sus primeras obras; José Manuel Arango (1937-2002), como Arturo, poeta de la discreción, de la palabra reveladora, de la elusividad y la sugerencia, de la contención, de la obra breve, una voz esencial en la poética colombiana; Giovanni Quessep (1937), el poeta vivo más importante de Colombia. Dueño de una palabra que es ritmo, cadencia, música plena de atmósferas románticas, palabra como detenida en un tiempo de infancia colmado de bosques, lunas, hadas, duendes, misterios y milagros; Hernando Socarrás (1945), Poeta que que hace de la concisión un lugar en donde abreva el milagro blanco, la intimidad del Ser expuesta a la percepción de lejanías, tal vez de ancestros enraizados en la costa caribe. Socarrás constituye un referente obligado cuando se indaga la génesis de la brevedad del texto, del epigrama, de la ironía y el silencio, entre la más reciente poética colombiana; Luis Aguilera (1945), poeta que desde el exilio presenta una obra rigurosa, colmada de destellos, en donde la poesía vindica la más cara necesidad social del ser, una palabra que es paradigma en el difícil ejercicio de la estética comprometida; y Juan Manuel Roca, 1946, una de las voces más leídas e influyentes en el país como en el contexto latinoamericano.
Entre varias Generaciones Poéticas nominadas hasta la generación sin nombre y la postura irreverente del nadaísmo que, como su nombre lo indica, nada tuvo que ver con la poesía aparte de ultrajarla con humor de circo, salvo dos o tres autores como X-504 –Jaime Jaramillo Escobar– y Amílcar U –Amílcar Osorio–, reseñamos aquí los poetas que se resisten a la tiranía de la guerra y su sombra prolongada como abismo durante tantos años. Voces, tendencias y estilos que confluyen en calidad poética y resistencia espiritual. Alta palabra que convoca al reencuentro, al abrazo, a la libertad, a la luz. Individualidades agrupadas alrededor de revistas y colectivos que no constituyen generación excepto por su posición pacifista frente al conflicto político de violencia, común denominador que los lleva a un recorrido de sesenta años de perseverancia en la búsqueda de la luz entre la sombra más densa de intereses reaccionarios, discursos mesiánicos, sobreexplotación sistemática, corrupción, caos, barbarie y genocidio, ejercidos desde las dos orillas de una nación en guerra: un Estado neoliberal y una guerrilla envilecida. Ítaca lejana entre el fragor de los fusiles y la metralla, entre el desplazamiento masivo, entre el llanto y el grito de la inocencia asaltada, entre el clamor de un pueblo masacrado e ignorado por las élites, cómplices por acción y omisión, y de una Iglesia ciega en su perversidad onanista de poder. Voces que se encuentran y se renuevan en el aciago camino como en una carrera de relevos, en la vasta expresión del silencio estético revelador por tantos años, de tal forma que cuando los primeros autores empiezan a publicar a finales de los setenta, están naciendo los poetas que retomarán veinte o veinticinco años después la voz de una palabra colmada de silencio, de evocación, de fuego intimista. Voces que representan un exilio interior en la vasta geografía de una nación sometida a los vejámenes de unas pocas familias enquistadas en el poder desde la mal llamada independencia, hace ya más de dos siglos.
Y este recorrido de seis décadas por el sendero de la espera, que no de la esperanza, por parte del Poetariado, llega a su momento cumbre en los comicios del año 2014, en que discuten la presidencia de la República dos candidatos de la derecha, por una parte el presidente-candidato Juan Manuel Santos, quien viene trabajando unos diálogos de Paz con los insurgentes de las Farc en la Habana, conversaciones que difieren en forma y contenido de los fallidos intentos de anteriores gobiernos, diálogos por supuesto generadores de expectativa entre la población y buena parte de los estamentos políticos, incluida la izquierda; y por la otra parte Oscar Iván Zuluaga, exministro de hacienda del Oscuro, candidato del mal llamado Centro democrático, aparato montado con el objeto siniestro de hacerse al poder con la explícita consigna de desmontar los diálogos de Paz y de restablecer la política del odio, de la reacción y de la más recalcitrante sobreexplotación de la clase trabajadora, al servicio de los monopolios extranjeros, es decir, regresar a la dictadura del terror implantada por su jefe político el ex presidente Álvaro Uribe Vélez, ocho largos años de tiniebla, en que los derechos humanos fueron masacrados, la dirigencia opositora perseguida, ilegalmente investigada, asesinada o condenada al exilio. Dos candidatos, ambos de la derecha, de igual catadura reaccionaria, neoliberal, representantes de la oligarquía y de los grupos de poder, pero diferenciados en el tema de la paz con la guerrilla más antigua de la tierra y su terror de sesenta años y de las relaciones internacionales –la amenaza del Castro-chavismo como la llamaran los oscuros-. Histórica encrucijada denominada por la doctrina política la elección trágica, haciendo referencia a la imposibilidad de decidir entre dos opciones, ambas nefastas para la sensata elección del constituyente primario. El qué hacer en medio de semejante situación. Como en la tragedia griega de Antígona, la hija de Edipo, quien enfrentada a la imposibilidad de elegir, tiene que decidir entre la disyuntiva de realizar los ritos fúnebres en honor a su hermano Polinices, acusado por el rey Creonte de traicionar la patria, y, por este hecho ser condenada a muerte, o no efectuarlos y granjearse la maldición de la familia por desacatar su tradición.
Este es el momento de la historia donde los poetas de la resistencia lideran junto con los artistas, la intelectualidad y los sectores de la izquierda democrática un movimiento de unidad por la Paz, que se vislumbra a través de los diálogos con la insurgencia armada, amenazados por los engendros del mal, consistente en elegir entre dos males el menor, acompañar al candidato-presidente y su propuesta de Paz, activismo este que renueva la espera y su anhelo de ver la nación rescatada de la “horrible noche”, con los resultados favorables de la pugna democrática realizada el 15 de junio de 2014. La suerte está echada. Si el Presidente reelegido firma la paz y el constituyente la ratifica, podremos leer a nuestros hijos y nietos, cómodamente instalados en la aurora, este poema: “Amanecían en las calles con la cara de / espanto alterada por las moscas / O bajaban al pueblo en el lomo de las mulas / guindados como animales de sacrificio / O flotaban en la hierba y el río con el / treno inflamado bajo la luz de la luna: / En aquel / tiempo la violencia se paseaba con su tambor / de medianoche por las aldeas.” (Guillermo Martínez González, El árbol puro del río, Trilce Editores, Bogotá, 1994). Si no es así, que “la noche oscura del alma”nos sea propicia.

Aquí los compilados: Horacio Benavides, 1949; Omar Ortiz, 1950; Antonio Correa Losada, 1950; Samuel Jaramillo, 1950; Alfredo Vanin, 1950; Fernando Rendón, 1951; Julio Cesar Arciniegas, 1951; Amparo Osorio, 1951; Jorge Eliécer Ordoñez, 1951; Guillermo Martínez González, 1952; Eduardo García Aguilar, 1953; Hernando Guerra Tovar, 1954; Luis Eduardo Gutiérrez, 1954; Nana Rodríguez Romero, 1956; Orietta Lozano, 1956; Gabriel Jaime Franco, 1956; Lilia Gutiérrez Riveros, 1956; Pedro Arturo Estrada, 1956; Armando Rodríguez Ballesteros, 1956; Fernando Linero Montes, 1957; Gustavo Adolfo Garcés, 1957; Carlos Fajardo, 1957; Flobert Zapata, 1958; Víctor López Rache, 1958; María Tabares, 1958; Luis Hernando Reinoso, 1959; Julio César Correa, 1959; Mauricio Contreras Hernández, 1960; Hernán Vargas Carreño, 1960; José Zuleta, 1960; Luisa Fernanda Trujillo Amaya, 1960; Miguel Torres Pereira, 1960; Iván Beltrán Castillo, 1961; Luz Helena Cordero, 1961; Gustavo Tatis Guerra, 1961; Nelson Romero Guzmán, 1962; Rafael del Castillo Matamoros, 1962; Gabriel Arturo Castro, 1962; Conrado Alzate Valencia, 1962; Jorge Cadavid, 1962; Juan Carlos Céspedes Acosta 1962; Gonzalo Márquez Cristo, 1963; Enrique Rodríguez Pérez, 1964; Jairo Alberto López, 1964; Jáder Rivera Monje, 1964; Esperanza Carvajal Gallego, 1964; Antonio Silvera Arenas, 1965: Juan Felipe Robledo, 1968; Esmir Garcés Quiacha, 1969; Winston Morales Chavarro, 1969; Federico Díaz Granados, 1970; Sandra Uribe Pérez, 1972; Juan Carlos Acevedo Ramos, 1973; Felipe García Quintero, 1973; Aldemar González González, 1975; Carlos Aguasaco, 1975; Albeiro Arias, 1977; Hellman Pardo, 1978; Camila Charry Noriega, 1979; Fredy Yessed, 1979; Lucia Estrada, 1980; Andrea Cote, 1981; Henry Alexander Gómez, 1982; Jorge Valbuena, 1985; Omar Garzón Pinto, 1990.