Adiós a José Emilio Pacheco


Por Fabio Jurado Valencia

Publicamos el siguiente artículo de la autoría del profesor Jurado como homenaje al poeta, narrador y ensayista mexicano José Emilio Pacheco (Ciudad de México 1939 – 2014), desaparecido el pasado 26 de enero.

La obra narrativa de José Emilio Pacheco es representativa de la literatura mexicana que después de la década de 1960 intenta trascender los estilos hasta entonces logrados en las obras de escritores como Rulfo, Arreola y Fuentes. Tal intento desemboca en estilos donde los narradores se difuminan para privilegiar los lenguajes de personajes urbanos acosados por el movimiento vertiginoso de la masificación. Dos novelas breves son magistrales al respecto: Morirás lejos (1967), en la que se focaliza a la comunidad judía y a los fascistas migrantes después de la segunda guerra mundial; de otro lado, Las batallas en el desierto (1981), novela emblemática del mundo de la adolescencia y de la juventud en un barrio de clase media en Ciudad de México.
Desde la ventana de algún edificio de Ciudad de México el protagonista de Morirás lejosconjetura sobre la investidura del personaje oscuro que todos los días simula leer el periódico en la misma banca del parque; conjetura, porque este protagonista, llamado “eme”, se siente perseguido, no sin culpa sino con el peso que proviene del pasado: fue uno de los médicos nazis de la Alemania de Hitler y ahora es un “ciudadano común” en la masificación de la ciudad. Los horrores de la guerra y el ocultamiento de los generales protagonistas del holocausto es lo que aparece en el primer plano de Morirás lejos.

Las batallas en el desierto, por otro lado, nos acerca a los mundos idílicos de la adolescencia cuyas fantasías son alimentadas por el cine y por las historietas de los superhombres, como “El llanero solitario” y “Tarzán”, además de los radioprogramas sentimentales como “La Doctora Corazón desde su Clínica de Almas”, además de las revistas de farándula y los boleros musicales. Enamorarse de la mamá del amigo de la escuela, afrontar la decadencia paulatina del barrio que en un tiempo fuera uno de los más aristocráticos de Ciudad de México –la colonia Roma-, reconocer el contraste, pero también la cercanía, entre la pobreza y las clases medias, sentir la escuela como el espacio de las amistades y las enemistades irrepetibles, percibir la poligamia patriarcal entre quienes disfrutan del poder político, insinuar la manera como se fue constituyendo la nueva burguesía de México, después de la revolución, son cuadros que como signos icónicos hacen parte de la memoria y del ensueño.
La experiencia juvenil es difusa; el pasado parece no existir, pero los personajes lo buscan; nadie reconoce los lugares ni los seres humanos que los habitan. Sólo existe el lenguaje para nombrar lo que la memoria permite. Estas son algunas de las constantes en la escritura de José Emilio Pacheco, como se observa también en los relatos del libro El principio del placer. Se muestra un ahora vertiginoso y, paradójicamente, sin progreso. Será la poesía en Pacheco una materia condensadora de los dilemas frente al tiempo. En el poema “Horas altas”, que aparece en el libro Islas a la deriva (poemas escritos entre 1973 y 1975), leemos:

En esta hora fluvial
hoy no es ayer
y aún parece muy lejos la mañana

Hay un azoro múltiple
extrañeza
de estar aquí de ser
en un ahora tan feroz
que ni siquiera tiene fecha

¿Son las últimas horas de este ayer
o el instante en que se abre
otro mañana?

Se me ha perdido el mundo
y no sé cuándo
comienza el tiempo
de empezar de nuevo

Vamos a ciegas en la oscuridad
Caminamos a oscuras
en el fuego


Vivir a tientas por el mundo es el signo del desequilibrio y del extravío. El poeta denuncia la alienación y la sordidez. Entre el ayer y el mañana parece no ocurrir nada. Sin embargo la contemplación de la geografía parece alentar al espíritu y las ideas. Uno de los grandes poemas de Pacheco es aquel que interpela el sentido de la patria asociado con lo que la memoria recupera. En No me preguntes cómo pasa el tiempo (poemas de 1964 a 1968) leemos:

No amo mi patria.
Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
fortalezas,
una ciudad deshecha,
gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
–y tres o cuatro ríos.

Existe la patria en las cenizas del recuerdo y el recuerdo es siempre una geografía y sus habitantes; lo demás son abstracciones, frases hechas, repetidas, despojadas del afecto.

La experiencia del amanuense, como lo fuera José Emilio Pacheco de Juan José Arreola, al darle cuerpo al libro Bestiario, produjo como era de esperarse otras imágenes de las bestias que Pacheco configura en sus versos de una manera iluminadora, mostrándonos lo que somos:

ÁLBUM DE ZOOLOGÍA

Mirad al tigre
Su tibia pose de vanidad satisfecha
Dormido en sus laureles / gato persa
de algún dios sanguinario
Y esas rayas / que encorsetan su fama
Allí echadito
como estatua erigida a la soberbia
un tigre de papel / un desdentado
tigre de un álbum de niñez / Ociosa
en su jubilación
la antigua fiera / de rompe y rasga
sin querer parece
el pavorreal de los feroces


Escorpiones

El escorpión atrae a su pareja
y aferrados de las pinzas se observan
durante un hosco día o una noche
anterior a su extraña cópula
y el término
del encuentro nupcial:
sucumbe el macho
y es devorado por la hembra
–la cual (dijo el predicador)
es más amarga que la muerte.


Los condenados de la tierra

París. En el hotel para inmigrantes
descubro un raro insecto que jamás había visto.
No es una cucaracha ni es una pulga.
Lo aplasto y brota sangre, mi propia sangre.

Al fin me encuentro contigo,
oh chinche universal de la miseria,
enemiga del pobre, diminuto
horror de infierno en vida,
espejo de la usura.

Y pese a todo
te compadezco, hermana de sangre:
no elegiste ser chinche ni venir a inmolarte
entre los condenados de la tierra.

Y entre los animales domésticos, el perro:

Perra vida

Despreciamos al perro por dejarse
domesticar y ser obediente.
Llenamos de rencor el sustantivo perro
para insultarnos.
Y una muerte indigna
Es morir como un perro.

Sin embargo los perros miran y escuchan
lo que no vemos ni escuchamos.
A falta de lenguaje
(o eso creemos)
poseen un don que ciertamente nos falta.
Y sin duda piensan y saben.

Así pues,
resulta muy probable que nos desprecien
por nuestra necesidad de buscar amos,
por nuestro voto de obediencia al más fuerte.

O la representación del gato:

Gato

Ven
Acércate más
Eres mi oportunidad
de acariciar al tigre
–y de citar a Baudelaire


Hallamos también en la obra de José Emilio Pacheco una poesía sobre la poesía y, en consecuencia, una autocrítica permanente o un elogio a la dificultad de escribirla. Nos lega una obra depurada que mereció el reconocimiento en nuestros países: el Premio Internacional de Poesía José Asunción Silva, en Colombia, otorgado en el año 1996, y el Premio Internacional de Poesía Pablo Neruda, en Chile, otorgado en el año 2004. José Emilio Pacheco es el poeta mayor en el México de hoy, aunque él con su figura de camello ya no esté con nosotros. Pacheco sintió en México a Colombia y en Colombia sintió a México. Me lo dijo una vez.