El reidor del rey - Cuento


Por Rafael Aguirre

¡Oh risa!  Risa del goce,
goce de la risa… Milán Kundera 
                                                             
Tenía su propio séquito de bufones, arlequines, magos y enanos destinados a dar esparcimiento a sus horas de soledad, la misma terrible soledad que suele aplastar como una plaga a los poderosos del mundo.
Una vez descubrió entre sus ministros a un hombre muy especial, Hidalgo Martínez, cuya virtud era la de tener a flor de mandíbula la sonrisa, la risa y la sonora carcajada instalada en su cotidianidad como necesidad fisiológica. Cuando el rey observó las cualidades peculiares de su eufórico ministro, descubrió que, en realidad, el mundo está lleno de situaciones graciosas, risibles y hasta carcajeables que se descubren con un poco de inteligencia, siendo necesario tener el alma abierta y vacía de rencores. Entonces, vendió los enanos a un circo que pasaba por la comarca, envió los bufones a trabajar en los establos, al mago lo mandó a cazar conejos en el bosque y a los arlequines los defenestró del palacio; hacía mucho tiempo que no le causaban ninguna gracia. Necesitaba a aquel hombre capaz de contagiar sus risotadas que no eran bobaliconas sino abiertas, sinceras y estimulaban, como un masaje, su corazón cansado y su alma afligida. Hidalgo Martínez, de quien se decía que al reír mostraba hasta el hígado, le era más provechoso y por ello lo nombró reidor oficial, título y profesión que, pensó, sería el primero en la historia de los monarcas.
Aparte de mantener el ambiente alegre y festivo, el reidor tenía otra ventaja, sus gestos y risotadas le servían al rey como termómetro anímico para tomar decisiones, como cuando encargó su retrato a un afamado pintor; una vez terminado se lo enseñó al reidor quien, al verlo, tuvo tal ataque de risas que de inmediato le hizo pensar en una caricatura y no en un  retrato digno de su investidura. Entonces mandó azotar al pintor por insolente. Por segunda vez el rey encargó su retrato a otro importante pintor y el resultado corrió la misma suerte del primero. Sólo a la tercera vez el reidor permaneció serio ante el cuadro de su amo y fue el gesto necesario para aceptar, por fin, su retrato y colgarlo en el salón principal del palacio.
Pero un día, después de varios años de servirle al rey, Hidalgo Martínez, cansado de su oficio, llegó a considerarse desgraciado al saber que muchas decisiones oficiales dependían del tono y la intensidad de sus risas y últimamente ya nada le parecía chistoso, semejante risocracia  no podía seguir por más tiempo. A la postre, también el rey se cansó de su reidor pero ya era demasiado tarde para pensar en asuntos acabados. 
 Pasaron los años y las monarquías también pasaron y los historiadores metieron en gruesos volúmenes esas historias, pero en ninguno de ellos se menciona a Hidalgo Martínez como el gran reidor del rey. Hoy son pocos los visitantes que observan en una urna de cristal y en un rincón de aquel palacio, convertido en museo, la carcajeantecalavera del primero, el único y último reidor de un rey.


Rafael Aguirre. Escritor nacido en Medellín, psicólogo de la Universidad de Antioquia. Tallerista en Creación Literaria Casa de la Cultura de Itagüí. Es autor de los libros: Las Tentaciones de Tánatos ; Los octámbulos; La Bruja que me amó y otros cuentos de amor. Coautor del libro Nuevos Cuentos Colombianos; El Cuento de mi cuento y otros minicuentos. Ha publicado relatos, crónicas, reportajes y ensayos en revistas y periódicos literarios. Entre otros importantes reconocimientos, Aguirre fue finalista del Premio Nacional de cuento de Mincultura, 1998.