La poesía como plegaria


Nota sobre el poemario de Enrique Rodríguez Pérez Entre materia y premura
(Madrid: Lord Byron Ediciones).

Por Gabriel Restrepo
Escritor y sociólogo independiente

Cerca de la mitad del poemario, pasadas 47 páginas del primer poema y anterior en 36 al último, Un pliegue transgredió la premura oficia para el lector  de la poesía de Enrique como bisagra y a la vez clave para abrir la propia metamorfosis entrañada en una lectura creativa. Y por muchas razones. Las palabras asociadas de modo directo a la raíz latina del verbo plicare alcanzan la decena. La imagen de la premura nombra el poema y el poemario. Pero verbos, sustantivos y movimientos de imágenes abundan en aquello entrañado en el plicare: la dualidad, la doblez, la dobladura, la herida, el tajo, las grietas, los dilemas, vacíos, rasgos, remiendo, desgarro, bifurcación, hendidura y un sinfín más.
Empero esta numeración sería trivial estadística de no descifrar el sentido más hondo. Por supuesto habrá muchas estrategias para sondear, quizás tantas como lectores o lectoras. Siempre que sean lecturas resonantes. Me atrevo a exponer mi propia piedra de Roseta. Y para ello me valgo de dos topos y los tropos correspondientes. Soy consciente empero que todo nombre y tiempo son en  poesía toponimia o efemérides accidental. Sí, por cierto, la crisis financiera de Lesseps sirvió de trasfondo a las Variaciones de un tema-sujeto de Mallarmé. Pero aquello resta como anécdota de un eterno retorno del mito del Rey Midas, recreado en esplendor por el simbolista.
Monguí y Tours. Al primero aluden tres poemas, si se prescinde de que más allá de lo literal el paraje es potente imán del poemario y no se desdeñaría el conocerlo como una extraña aleación de una enigmática bella sublimidad, incluso por esa posición recóndita de aquellos parajes en los cuales se adivinan misterios.
El poema Este remolino del Loira cierra el poemario. La fluidez propia de los ríos queda atrapada en la noria del remolino. Hay una cantidad diminutiva en el parangón: de sol, de flora, de luminiscencia, de movimiento. Gravedad: el poema y el poemario anclan allí, como si la premura y la ductilidad concluyeran en la inmovilidad de la prisión.
Por contraste, los poemas en clave de Monguí que en verdad son todos pliegan y despliegan en una elemental complejidad se mueven entre sustancia y lengua, naturaleza y cultura en un vaivén prodigioso porque no hay cosa inerte. Como en la magia la prestidigitación poética es onírica, aproxima lo distante, avecina lo opuesto, cura las heridas, salva los abismos. Poesía homeopática.
Es por supuesto una suerte de crimen apresurar el contraste de los dos tropos encerrados en los dos topos, distinguir las dos cosmovisiones que fundan diferentes retóricas. Pero más por brevedad que por pereza o por simplicidad cierro por ahora mi lectura indicando que lo que hay desde aquí, desde Monguí, La Habana, Putumayo a diferencia del remolino de Tours es una naturaleza amante y animada, un espíritu que se instala a cada hora en un nuevo génesis no interrumpido, incluso una matemática del sueño (página 63).
Lo de allá en cambio remonta a la tajante y esquizoide separación de la res cogitans y de la res extensa mediante la cual el espacio devino número y la progresión de estos olvidó el cero para sumar a ese infinito malo encarnado en el capital.

Pero, repito, esta conclusión es apresurar demasiado. He leído y releído los poemas con fruición, deleite y detenimiento. Y hay en cada verso un juego sorprendente de reposo y aleteo, unos pasajes sutiles de materia y lengua, un sortilegio de sugestiones al mejor modo del simbolismo, de Lezama, de Quevedo, pero también con una raíz inocultable de la estancia en la tierra de Vallejo. Desde mi atalaya tomo una copa de vino para brindar por el autor: salud.