Los dos Gabos

(1927-2014)


Gabriel García Márquez, retrato de la autoría de Fernando Maldonado


Por Gustavo Adolfo Quesada Vanegas*

Ahora es la hora de recostar un taburete a la puerta de la calle y empezar a contar desde el principio los pormenores de esta conmoción nacional, antes de que tengan tiempo de llegar los historiadores. Gabriel García Márquez. Los funerales de la mama grande.

La generación de colombianos que en los años sesenta y los setenta del siglo XX abrió los ojos políticos, estéticos y científicos en este país flagelado por toda clase de despropósitos, se encontró con un pacto político, el Frente Nacional, que a través de componendas de los partidos tradicionales aplazaba todas las reformas y autorizaba la expresión política solo a los liberales y a los conservadores. El perdón y el olvido fueron las consignas para ocultar y acallar la culpa de 300.000 campesinos asesinados en menos de 15 años. Mientras tanto en el horizonte despuntaban la Revolución Cubana y la Revolución China, la Guerra Fría, el conflicto ruso-chino, la insurgencia por toda América del Sur y el Caribe, los movimientos por los derechos civiles en Estados Unidos, el hipismo, el rock y la contracultura, la Guerra de Vietnam y Mayo del 68 en Francia. La modernización imperialista de nuestro país campeaba a sus anchas y el FMI imponía, sin resistencias, sus dictados. Era obvia la inconformidad y diaria la protesta. La música, la pintura, la poesía, el teatro buscaban nuevos caminos de expresión. En el fondo, dando tonos y visos al lenguaje y sentido a la sensibilidad, con Cortázar, Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Lezama Lima, José Donoso, Augusto Roa Bastos, Fernando del Paso, Gabriel García Márquez y otros, emergía una generación de escritores que desarticulando las formas tradicionales del lenguaje y experimentado con los tiempos y los espacios, el sueño y la vigilia y la lucidez y el delirio,  afirmaba con la narrativa su profundo compromiso social. Por supuesto no eran unánimes ni uniformes y algunos no persistieron en su compromiso, pero con independencia de los ciclos personales, bautizaron otra vez nuestro continente, poniendo nombre a las cosas y redescubriendo la historia, lo que quiere decir contándola de nuevo. Nosotros devorábamos,  La hojarasca, Los funerales de la mamá grande, La mala hora, El coronel no tiene quien le escriba, Cien años de soledad y El otoño del patriarcapara no mencionar sino algunas de las obras de García Márquez que más circularon en su momento, y las convertíamos en artillería pesada de nuestra visión de América Latina y Colombia, de nuestro humor y nuestra ironía.
Ahora mientras todos los medios y las personalidades de la farándula política publican su foto al lado de nuestro Nobel y todos juran haber sido sus confidentes y amigos, ocultando que auparon la persecución o la suscitaron, sobre un escritor comprometido con las causas sociales, es bueno recordar que García Márquez mantuvo una irreconciliable posición antiimperialista y radicalmente crítica frente a las oligarquías colombianas y latinoamericanas que no han vacilado ni siquiera en pagar la deuda externa con el mar como en El otoño del patriarca:

Salga a la calle y mírele la cara a la verdad, excelencia, estamos en la curva final, o vienen los infantes o nos llevamos el mar, no hay otra, excelencia, no había otra, madre, de modo que se llevaron el Caribe en abril, se lo llevaron en piezas numeradas los ingenieros náuticos del embajador Ewing para sembrarlo lejos de los huracanes en las auroras rojas de sangre de Arizona, se lo llevaron con todo lo que tenía dentro, mi general, con el reflejo de nuestras ciudades, nuestros ahogados tímidos, nuestros dragones dementes (…) sólo dejaron la llanura desierta de áspero polvo lunar que él veía pasar por las ventanas con el corazón oprimido.

Más allá de la validez de los innumerables estudios producidos y por producir sobre la obra de García Márquez, todos válidos por la profundidad de su obra, resaltamos en este momento su poética de la historia. Esta poética permitió el paso a la literatura de nuestras guerras civiles, épicas del fracaso, le dio verdad a la Matanza de las Bananeras, hizo de todos los dictadores un solo dictador y a los “amores contrariados” una disculpa para penetrar en nuestra cultura y nuestra sensibilidad, en las que la imaginería popular construye realidades más reales que la propia realidad y por lo tanto más actuantes y definitivas. ¿Cuál mejor Bolívar que el general navegando aguas arriba por el Magdalena llevando sobre los hombros todo el fracaso de una guerra de quince años? Esta poética denuncia, además, página tras página y en medio de los exabruptos de la naturaleza y las locuras de los hombres, la tragedia de un país asolado por señores de la tierra, embajadores, curas que levitan y marcan con ceniza a quienes se debe ajusticiar, abogados y militares que no vacilan en ordenar la muerte de cientos de trabajadores para defender los intereses de las multinacionales. Bastaría con releer la enumeración de los “bienes morales” de la Mamá Grande para encontrar de cuerpo entero a nuestras elites, así ahora se disfracen de modernas e informáticas y asistan a sus homenajes, callando que hasta hace poco movían los servicios de inteligencia para “demostrar” su complicidad con los insurgentes, al igual que lo hicieron con Feliza Bursztyn y Luis Vidales. Este es el García Márquez que pertenece a los colombianos y a las aguas profundas de nuestra historia. La desmesura del asesinato de los hijos de Aureliano Buendía es la desmesura de los paramilitares coludidos con curas, políticos y dueños de la tierra que siguen devastando nuestra patria. En García Márquez los desafueros de la imaginación son metáforas de las atrocidades de la realidad.


*Escritor y catedrático colombiano