Mapa del desalojo, Poemas escogidos


Armando Rojas Guardia en Los Conjurados
(Caracas, 1949). Poeta, ensayista, pensador venezolano de amplia trayectoria. Cursó estudios de filosofía en Caracas, Bogotá y Friburgo (Suiza). Se ha desempeñado como editor, investigador y profesor, dictando cursos sobre los aspectos teóricos de la literatura, la filosofía de la religión y la mitología, así como talleres prácticos sobre poesía y ensayo. Su labor docente ha influido de modo determinante en la más reciente generación de escritores venezolanos. Su poesía ha tenido una amplia difusión internacional, desde los años setenta. Ha publicado los poemarios: Del mismo amor ardiendo (1979), Yo que supe de la vieja herida (1985), Poemas de Quebrada de la Virgen (1985), Hacia la noche viva (1989), La nada vigilante (1996), El esplendor y la espera (2000) y Patria y otros poemas (2008). De igual modo, ha publicado los libros de ensayo: El Dios de la intemperie (1985), El calidoscopio de Hermes (1989), Diario merideño (1991), El principio de incertidumbre (1994) y Crónica de la memoria (1999). Su obra poética fue reunida en un solo volumen en 2004 y la ensayística en 2006. Así mismo, Rojas Guardia se ha hecho acreedor del Premio de Poesía del Consejo Nacional de la Cultura de Venezuela en dos oportunidades (1986 y 1996), como también del Premio de Ensayo de la Bienal Mariano Picón Salas en 1997.
Los poemas aquí publicados pertenecen a la extraordinaria antología Mapa del desalojo, recientemente publicado por la Colección Los Conjurados que se presentará el sábado 10 de mayo, a las 6:30 p.m. en el Salón Soledad Acosta de Samper, Feria Internacional del Libro de Bogotá.



La pasión de la luz
La pasión de la luz sufre las cosas,
agoniza mostrándolas desnudas
cuando ellas no quieren delatarse
(por eso la aflige el peso que le opone
la gravedad oscura del volumen).
Le duele a la luz el tiempo y de puntillas
ilumina una pared de la memoria
cuya cal entonces nos deslumbra
con un sudor vetusto, con las lágrimas.
La historia es el padecimiento de la luz,
el mito que nos cuenta su infortunio.
Y hoy le observo la prisa de esconderse
–detrás de la cortina, junto al zócalo,
oculta por las patas de la mesa
o cóncava en mi mano, que ahora escribe–
crucificada por la noche y convencida
de la dulzura atroz de su batalla.


Salir
Salí, sin ser notada.
San Juan de la Cruz

Salir, siempre salir. El éxodo es mi patria.
Encontrarse saliendo una y otra vez
del hogar esclavizante. Afrontar
la libertad de partir continuamente
al retomar la llave que impedía
el paso decisivo: despedirse.
Que la casa se transforme en campamento
a desmantelar cada mañana. Que la marcha
se inicie, puntual, en la precisa hora,
la que obliga a encarar el adelante
y no mirar hacia atrás, no prolongar
el adiós junto a la inminencia del trayecto.
Jugar la apuesta cifrada por el ir
permanente, en perseverante riesgo. Abdicar
del poder que acumulan lo individual
encerrado en un glóbulo monádico y lo social
establecido. Renunciar a lo interior ya confortable
y a lo exterior vuelto adherencia. Destapar
significados no fijables al sentido de todo.
Desconfiar ante la situación que parece detener
el tiempo y el espacio de este fluido universo
cuyo objeto es expandirse. Escapar de la parálisis
marmórea fabricada por el éxito. Preferir, más bien,
la elástica materia del fracaso
con la que se puede moldear una figura
fugitiva de la gloria: ella aligera el equipaje.
Alejarse del dogma intransitivo. No atender
a la fórmula mapificada como límite
de la constante expedición que amplía la verdad.
Arriesgarse al nomadismo de la mente,
el que descubre las infinitas aperturas
de un cuerpo, de un texto, de un momento,
de un paréntesis monótono,
de un clausurado círculo.
No proyectar lo imprevisible. Imitar
la sobreabundancia trascendente
que penetra, hasta el tuétano, este mundo
pero no sedentariza en él su plenitud
invitando a la perpetua búsqueda.

Mas el deseo central que explica la salida,
su auténtico móvil, su horizonte,
es, a semejanza del autoolvido de Dios,
quien creó fuera de él otra realidad
diferente a la absoluta tan sólo para dársele,

el abandono de sí mismo en el amor.